quinta-feira, outubro 15, 2015

Cristiano, el niño de la casa de uralita

Nació en una chabola de Madeira, emigró a los doce años a Lisboa, allí vivió y lloró solo; y se propuso sacar a su madre de la pobreza. La vida del máximo goleador del Real Madrid es la historia de una superación. Nacido en un barrio pobre de Funchal, Santo Antonio, era el niño que vivía en una chabola con tejado de uralita. Las goteras que inundaban su morada le hicieron tan fuerte como la dura realidad familiar de su casa. Su padre, José Dinis Aveiro, jardinero municipal de Funchal, era un alcohólico. Murió a los 52 años, víctima de una enfermedad hepática. Y su madre, Dolores, fue su apoyo a lo largo de toda su existencia.
Comenzó a jugar a los siete años en el equipo del barrio, el Andorinha. Su primer entrenador, Francisco Afonso, es rotundo: «Cristiano no sería hoy futbolista si no es por su madre. Se reunió con él y le convenció de continuar en el Sporting Lisboa, cuando tenía doce años, porque quería volverse a Madeira». Afonso relata la dureza de un niño emigrante. El chaval destacó desde el primer día en el Andorinha. Siempre quería hacer gol y lloraba cuando no lo conseguía. Le denominaban «el llorón».
Alto, delgado, fibroso, era valiente y remataba bien. Le fichó el Nacional de Madeira cuando tenía diez años. Y a los doce lo traspasó al Sporting de Portugal por 25.000 euros al cambio. Aurelio Pereira, director de la cantera del club lisboeta, convenció a sus directivos para que pagaran: «Nunca en la vida se había dado tanto dinero por un infantil. Pero desde que le hicimos la primer prueba vi que era un talento. Tenía carácter, rabia, era descarado jugando al ataque».
Con doce años se marchó a Lisboa. «Nunca habíamos tenido un chico de fuera tan pequeño», subraya Aurelio. Cristiano lo pasó mal. Vivió en la humilde Pensión Dom José, cerca de Marquéz de Pombal, donde disfrutaba de «una habitación con baño privativo» (privado). Costaba 25 euros diarios. El mismo precio de hoy. Allí compartía vida con otros jugadores. Los compañeros se reían de su acento «de pueblo». Incluso una profesora del colegio, a la que plantó cara. «Casi le echan, pero se acabaron las mofas, era orgulloso», destaca Aurelio Pereira. «En la pensión hicieron alguna gamberrada, como atar una bolsa de agua con los cordones de las botas de fútbol y bajarla hasta dar en la cabeza de los que pasaban. Eran excesos de juventud. Se entrenaba duro. Y trabajaba en el gimnasio del Sporting en solitario, por las tardes. Vi que llegaría alto».
Superó una dolencia cardíaca que le pudo retirar del fútbol. La cirugía láser le salvó. Su velocidad, su precisión en los pases y su remate le hicieron debutar en Primera a los 17. Ganaba 1.500 euros al mes. Ferguson le vio en 2003, con 18, y lo fichó para el Manchester. Pasó a cobrar 150.000. Y en el Real Madrid ha alcanzo su zenit.

Por cierto, su casa de uralita en la calle Quinta do Falçao fue derruida por Alberto Joao Jardim, presidente de Madeira, harto de ver fotos de prensa sobre la chabola. Pues a Cristiano no le gustó. El domingo desea resarcirse del 4-0 del derbi anterior en el Calderón (texto dojornalista do ABC, TOMÁS GONZÁLEZ-MARTÍN, com a devida vénia)

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