quinta-feira, junho 23, 2016

El hambre se abre paso en Venezuela

El “no hay” se hace cuesta arriba. La escasez de alimentos básicos, como arroz, harina y granos, claves en la alimentación diaria, se suma a los altos precios de otros como verduras, carne, pollo, huevos o lácteos. Llernar una cesta de la compra completa se hace una tarea imposible y al alcance de unos pocos. Para el resto, cacerolas vacías que resuenan cada vez más en toda Venezuela a modo de protesta. Los saqueos se están volviendo cotidianos. Los últimos y más sonados, esta semana en Cumaná, en el estado oriental de Sucre.
En los primeros 10 días de junio se contabilizaron 47 saqueos o intentos en todo el país, más de la mitad de los que hubo en mayo, un conteo que lleva la página Runrunes a falta de cifras oficiales. Y la tendencia apunta a que seguirán aumentando. Marelis Castillo agarra la cintura del pantalón y la estira. “Mira, me sobra todo. He perdido 24 kilos desde que la tuve a ella”, dice mientras sostiene a una bebé de apenas 10 meses. Come, como mucho, dos veces al día. Hace una suerte de almuerzo-desayuno a las 11 de la mañana y luego, si alcanza, cena. “Le doy todo a los niños. Uno puede pasar hambre, pero ellos no”. Son tres, la bebé, uno de 16 y otra de 18. Dice que no compra en los bachaqueros (estraperlistas) porque con lo que se ahorra, consigue más comida para sus hijos. Lo cuenta con resignación mientras hace cola para adquirir “lo que se consiga”, un día a día que comparte con su madre, ambas expertas ya en turnarse frente a distintos comercios desde las 4 de la mañana. Marelis, del populoso barrio de La Pastora, se permite este lujo del tiempo porque hace unos meses el negocio donde trabajaba echó el cierre ante la falta de materiales. Marelis y su madre se turnan haciendo cola en distintos comercios desde las 4 de la mañana para adquirir "lo que se consiga"
A su lado, una compañera de cola cuenta que en estos días le dio a su hijos de desayuno patata cocida con mantequilla. “Me dijeron que estaba buenísimo. Una ya se las ingenia para que coman lo que sea. El otro día comimos chayota [tubérculo], que en mi vida la había cocinado”. Y entre los nuevos inventos culinarios hechos a la fuerza, dice que trata de explicar a sus hijos por qué ya apenas les pone arepa para comer. “Les digo que no hay, hay que hacer que entiendan la situación, pero igual, cuando tienen hambre, lloran y me piden para comer”. Las familias de Marielis y su compañera de cola son parte de ese 12% de los venezolanos que según la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida (ENCOVI), hace 2 o menos comidas al día. El estudio, publicado por la Universidad Central de Venezuela (UCV), la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB) y la Universidad Simón Bolívar (USB) se publicó a finales de 2015. Desde entonces es posible que la situación haya empeorado si se toma en cuenta la galopante inflación y la creciente escasez.
"Estamos desprotegidos"
El Gobierno de Nicolás Maduro culpa a la “guerra económica propiciada por sectores de la ultraderecha y los empresarios” de la falta de comida en los anaqueles. El último intento del presidente para acabar con la escasez ha sido la creación de los Comités Locales de Abastecimiento y Producción (CLAP), organismos politizados para repartir alimentos casa por casa. Arroz, leche, aceite, azúcar y harina de maíz precocido son algunos de los productos básicos que tiene esta bolsa que no está llegando a toda la población. Y a la que llega, ni siquiera alcanza para cubrir la alimentación de una familia en una semana. A la casa de Iris aún no han llegado las bolsas de los CLAP. El barrio Isaías Medina Angarita, en Catia, al oeste de Caracas, es un imposible de calles estrechas, escaleras empinadas y cables por techo. En una pequeña casa, entre basura y desorden, vive ella y sus cuatro hijos. Hace dos semanas detectaron que el menor, de 2 años, tenía graves síntomas de desnutrición. “Comen agua de avena, de cebada, o agua de maíz con papelón (melaza). Poco más. Las condiciones en que encontramos al niño eran muy malas. Además de la mala alimentación, la higiene es muy deficiente. Lo tenían con un pañal con un plástico por dentro y una tela para que le durara más”, cuenta Tamara Vivas, dirigente de Voluntad Popular en la zona.
Solo el 42,97% de los venezolanos come algún tipo de lácteo, 34,68% huevos, y el 28,72%, frutas
La pequeña Lissett se agarra del bajo del vestido de su abuela. Claret Cardoso (66), ha vivido toda su vida en Catia. Vive de una pequeña pensión y de vender bizcochos caseros y cigarros al detalle. “Nunca había visto una crisis tan ruda, no se consiguen alimentos, estamos desprotegidos”. Son las 3 de la tarde y aún no ha desayunado ni almorzado. La última vez que probó bocado fue el día anterior: algo de pasta con carne picada a las 4 de la tarde. “Todo está demasiado caro, la carne, los huevos. Se me hace imposible”.
Según ENCOVI, solo el 42,97% de los venezolanos come algún tipo de lácteo, 34,68% huevos y solo el 28,72% tiene acceso a frutas. El estudio señala que la proteína animal es un alimento de lujo y se afianza otro dato, que el 87% de los encuestados no tiene suficientes ingresos para la compra. Hay una reducción de los alimentos y de la calidad de los mismos no sólo en las casas, también en las escuelas. Rosa González (27) tiene a su hija en un preescolar del oeste de la ciudad desde hace dos años. Al principio no tenía que llevarle nada, allí se ocupaban del desayuno, el almuerzo y las dos meriendas de media mañana y la tarde. “Hace poco me pidieron que llevara alimentos, que si un paquete de arroz para un fondo, pero además, la comida de la niña. Yo al menos trabajo y le puedo llevar algo, pero hay niños becados, que no tienen nada en su casa y la escuela era donde comían”.
Menos alimentos, menos clases
La doctora Marizta Landaeta pertenece a la Fundación Bengoa para la Alimentación y Nutrición y trabaja directamente con centros escolares de Venezuela, donde se monitorea desde décadas la situación de la alimentación en el país. “Ha bajado mucho la calidad nutricional de la dieta y el problema se deteriora de modo acelerado en los últimos meses. Y los que más sufren son los niños, sobre todo los menores de 5 años”. Explica que el problema coincide con la reducción de alimentos en los programas escolares, “hay carencia en la distribución pública, pues igual en las escuelas, que tienen alimentos subsidiados del Estado”. Con falta de comida en la escuela y en la casa, muchos padres optan por no llevar a sus hijos a clase. Desde Fundación Bengoa calcula que el ausentismo escolar por este motivo afecta a alrededor del 25-30% de los niños. “Las madres no tienen qué darles y prefieren dejarlos durmiendo”. Así hace Carmen (que prefiere no decir su apellido), que lleva varios días sin llevar a su hijo de 7 a clase, una Unidad Educativa de La Vega. “No tengo plata para darle para el desayuno, lo dejo aquí y se despierta más tarde y ya le junto desayuno con almuerzo”.
"Hay niños que no toman leche desde hace 4, 5 meses. Hay un impacto y pronto veremos las consecuencias", dice la doctora Landaeta, de la Fundación Bengoa. Landaeta dice que el impacto sobre la salud de los niños y sobre el cerebro ya se está viendo. “Hay niños que no toman leche desde hace 4, 5 meses. Y es fundamental. No hay cifras globales, pero ya hay un impacto y en breve veremos las consecuencias”. Lejos de mejorar, el problema en la alimentación de los venezolanos, fruto de la escasez y de los precios, no ha hecho sino empezar. Coindustrias asegura que por cada línea de producción, hay 8 que no están trabajando y que el sector trabaja a un 42% de su capacidad. Se suma la falta de importaciones, básicas y necesarias en un país dependiente de éstas. Han caído un 60% respecto a 2015, según cifras del ministro de Industria y Comercio Miguel Pérez Abad. Datanálisis, una consultora nacional, cifra la carestía de productos básicos en un 82,8%. Y eso en Caracas, la tacita de plata donde las cosas se sienten meses después de que pasen en el interior del país. Con todas las alarmas prendidas, la doctora Landaeta cuenta que Venezuela aún está lejos de estar en una situación de hambruna. “Lo que hay es hambre”. Y el ruido de las ollas vacías no ha hecho sino empezar (El Confidencial)

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