quinta-feira, janeiro 10, 2019

Venezuela: Los números de dos décadas de chavismo

Hiperinflación, éxodo de migrantes, criminalidad, la sombra del hambre extendiéndose… la imagen que ofrece Venezuela tras dos décadas de chavismo es oscura, sobre todo para sus propios habitantes. Pero lo es más todavía en contraste con la que tanto el régimen como algunos datos ofrecían hace una década. Cuando se cumplen 20 años del ascenso de Hugo Chávez al poder, echar la vista atrás con los números en la mano es particularmente iluminador. Así, mientras entre 2004 y 2007 la tasa de pobreza en el país bajaba a prácticamente la mitad, el índice de escolarización ya se había disparado en los primeros años de Gobierno socialista. Los programas pro-educación y redistributivos del mismo se convirtieron en su bandera por aquel entonces. Sin embargo, la mejora de la situación no alcanzaba otras variables, como la incidencia de la violencia, de ascenso imparable. Este tipo de problemas contaban con causas mucho más profundas que las que puede causar la reciente llegada de un nuevo partido político al poder. También quedaban fuera del alcance del verdadero motor de los años de bonanza bajo la enseña de Chávez: el petróleo.

En la década de 2004 a 2014, el precio medio del barril de Brent prácticamente triplicaba al del periodo 1998-2003. La estrategia central de gobierno del chavismo se centró en emplear las enormes rentas que esto producía para un país que acumula unas reservas casi ilimitadas de crudo. Las empleó para distribuirlas como nunca antes se había hecho, decían sus defensores. Creó con ellas una estructura clientelista que intercambiaba apoyo por subsidios, contestaban sus detractores. Ambos tienen razón, en realidad: la desigualdad y la pobreza descendían en Venezuela mientras el PSUV (que se fundó en 2007) construía poco a poco la base a la que fiaría su resistencia política. Lejos de un proyecto de izquierda típica occidental, que se habría basado en mecanismos redistributivos que funcionasen de manera no discrecional y fuesen sostenibles en el largo plazo de manera que se sometiesen a los vaivenes del juego democrático, la de Chávez fue una estrategia nacional-clientelista.
La inyección de liquidez en la economía y la captura de la política monetaria por parte del poder ejecutivo acabarían produciendo una inflación que primero fue elevada (hasta 2007, en la franja del 10%-30%), luego exagerada (hasta el 56% de 2014) y hoy día está, esencialmente, disparada.
La hiperinflación venezolana no alcanza las surrealistas cotas de la húngara en la posguerra o de las de los países balcánicos en los conflictos que rompieron Yugoslavia a principios de los noventa. Pero es con poca duda la más alta de los últimos 25 años, un periodo en el que se suponía que este tipo de valores eran cosa del pasado.
Ni que decir tiene que semejantes niveles de inflación generan pobreza al destrozar la capacidad adquisitiva de la población. Sin ella no puede explicarse que, según los datos de la Encuesta de Condiciones de Vida de la Universidad Católica Andrés Bello, ocho de cada diez venezolanos estén por debajo del umbral de la pobreza. Una cifra que tomamos de una entidad privada porque el Instituto Nacional de Estadística no tiene estimaciones en su web después de 2015, cuando ya se sospechaba de su parcialidad (y la diferencia entre el valor oficial y el independiente deja claro el por qué). Lo cual nos lleva necesariamente al último, al más relevante aspecto de la evolución de Venezuela bajo Chávez: su regresión democrática.
Bajo cualquier parámetro analítico, Venezuela ha dejado de ser una democracia. Lo ha dejado de ser según la definición mínima de un sistema democrático, esa que defienden politólogos como José Antonio Cheibub o Adam Przeworski: hay democracia cuando la alternancia en el poder es posible. Nicolás Maduro no tiene rival, y no lo tiene porque ha continuado el trabajo de su antecesor liquidando las posibilidades institucionales para la existencia de una oposición. Desde perspectivas más amplias de democracia, que incluyen toda una serie de libertades (opinión, reunión, organización) como parte de su esencia, el país de hoy califica aún menos como tal. El índice del think tank Freedom House apunta en esa dirección: Venezuela se ha acercado inexorablemente a Cuba, referencia de régimen cerrado en la región. A su alrededor, los Estados andinos han convergido mientras tanto a una situación de libertad con algunos problemas, pero en todos los casos bajo órdenes abiertos en comparación con el extremo.
En definitiva, Venezuela es una anomalía en su entorno inmediato. La imagen que dejan estos datos es la de un régimen autoritario que durante década y media empleó las ingentes rentas del petróleo para apuntalar su poder. Un régimen que, en los últimos años, ha logrado borrarse a sí mismo cualquier beneficio que alguna vez pudo presumir de haber logrado para su población (El Pais)

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