quinta-feira, agosto 23, 2012

Opinião: "Automatizados, manipulados y victimizados"

"En estos tiempos que corren -casi a mayor velocidad que la del sonido- las ciencias y las costumbres han cambiado radicalmente. El ayer se queda muy pronto envejecido. La parsimonia de otras épocas, sin tanto artilugio a nuestro alrededor, da paso a las urgencias, a los apresuramientos, carentes de intervalos para meditar. E infinitamente menos para pensar. Así, abstraídos de tal forma por lo que nos rodea y absorbe, apenas quedan segundos para percibir, en realidad, qué somos y dónde estamos. Impera por todas partes el automatismo, hasta el punto de que nos resbala, se difumina, lo que bulle a nuestro lado. El sugerente horizonte no existe. No nos detenemos en esos sutiles detalles. Impasibles, sufrimos nociva polución, chocante en un área urbana batida a lo largo y ancho por los aires marinos. Apabullan los ruidos, en una urbe desprotegida de los excesos, porque, hasta ahora, no ha habido autoridad preocupada en poner freno a esta molesta situación.
Motos de gran cilindrada a escaque libre, vehículos sembrando gases, cuando no con estridencias musicales. Hay una Ordenanza municipal que regula todo esto. Papel mojado. No se respeta ni en parte infinitesimal. ¿Dónde un agente para corregirlo? Las Palmas de Gran Canaria es una ciudad desprotegida, en la que se desenvuelven a sus anchas gentes inciviles que la perturban día y noche. Se aspira a que esta urbe tenga una imagen más grata, confortable y humanizada, apta para su disfrute por la población urbana y para visita de turistas que afluyen al Sur. Sobrados atractivos reúne. Hay iniciativas municipales encaminadas a ese fin. Buena idea la de levantar en el entristecido Santa Catalina otro Pueblo Canario, incentivado por el auge del turismo de cruceros. Elogiables, asimismo, otras iniciativas de actuaciones puntuales en diversas áreas capitalinas, para lo que no se requieren grandes dispendios presupuestarios. Como se evidencia con la que se viene realizando en la Avenida de Mesa y López.
Si usted, querido amigo, se ha recogido en su casa unas horas, después del trajín cotidiano, buscando un remanso de tranquilidad, no se haga demasiadas ilusiones. De pronto resuena el teléfono. Alguien le llama y no puede eludirlo, aunque le enroque en larga conversación. Su mínima duermevela antes de reintegrarse a la intensa actividad cotidiana queda deshecha. Va por calle, tranquilamente, y de pronto suena el móvil, otro aparatito que no le deja a solas un instante. El móvil se ha convertido en una adicción incontenible. Se lleva adherido al oído cual sanguijuela. Si cae en la trampa del televisor, con sus engorrosas series y, peor todavía, en el campo de los tertulianos que lo saben todo, que están en poder de la piedra filosofal tanto en política como en economía, finanzas, etc., saldrá con la mente hecha añicos y es posible que trate de encontrar salida acogiéndose a teorías freudianas. Si salta a las páginas de la Prensa, especialmente la de ámbito nacional, allí donde parece cocerse todo, tampoco verá aclarada su mente. Una misma noticia o información aparece interpretada de diferentes maneras, según qué periódico y sus correspondientes circunstancias.
Ay, amigos! Si cometen ustedes el desatino de guiarse por lo que dicen los políticos (en términos generales), mejor que se vayan a un desierto. Lo que prometen está totalmente alejado de lo que hacen luego. Por ejemplo: no habrá subida de impuestos. Poco más tarde, éstos salen como chorizos. No habrá más recortes. Entonces, recortazos a montones. Y una extrañísima fórmula de crear empleo: despidos masivos de personal laboral fijo en las administraciones públicas: 700.000 en el país, cerca de 8.000 en Canarias. El ataque, por lo que se deduce, va dirigido a los que menos tienen. Total, si se llega a los seis millones de parados en España, una insignificancia. Son números de estadísticas, no personas los afectados. Y vengan rescates a bancadas para los que negocian a costa de los más débiles. Hasta desde ámbitos de la UE se sugiere bajar los salarios en España. ¿Hasta dónde se pretende llegar? ¿A la asfixia de una clase trabajadora como la española, tan exprimida y con un nivel que, en comparación con otras naciones europeas, es más bien bajo?
Que paguen y sufran las consecuencias los que no tienen culpa de los desatinos de los gobiernos. Los problemas, los gordísimos problemas, se resuelven a tiralíneas, con decretos. Más impuestos, más despidos, más familias desesperadas. Efectos depravantes de una política -incluida la que emerge de la Unión Europea- en que manda y prevalece muy por encima de cualquier otro cosa las frías, implacables, mediciones económicas. Toynbee lo definió así: "El mundo se mueve en una escala enorme y está organizado de manera impersonal, en parte para que sea posible las actuales cantidades y magnitudes". El ser humano se reduce a un número y así tienen que cuadrar las cuentas.
Todo es privativo de los que toman el poder a través de las urnas. Sin embargo, castigados con el descrédito. Ya la masa de votantes cree muy poco en los políticos, cada día se alejan más de ellos. Las encuestas son definitorias en tal sentido. El pueblo está ahíto de la manipulación a que ha sido sometido y eso se refleja en la caída de intenciones de voto, como no podía ser menos. Tanto, que los resultados en supuestos nuevos comicios -naturalmente, impensables- darían sumas muy distintas con respecto a las de la última legislatura, sin ninguna perspectiva clara para nadie. Se va a la deriva, en singladura muy peligrosa, máxime en un país como el nuestro, con sus cimientos económicos y sociales en franca caída.
Finalmente, no sabemos si se gobierna para el pueblo, que es el cometido primerísimo e ineludible de toda democracia. Ahí reside la gran incertidumbre, el meollo de la cuestión. Hasta ahora las consecuencias negativas revierten sobre los más débiles y desprotegidos. Los mandatarios, cuando se retiran lo hacen magníficamente cubiertos, aunque salgan políticamente derrotados. Ganan más que cuando moraban en la esplendidez de La Moncloa y ya exentos de preocupaciones. La carga queda para las víctimas finales: hileras interminables de parados y millones de familias al borde de la desesperación
(texto de ANDRÉS RUIZ DELGADO, do La Provincia, com a devida vénia)

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